miércoles, 10 de diciembre de 2014

YO ERA UNA ROCA


Cuando lo conocí, él aún no era eso que es ahora, ese tipo extraño y mezquino, ese loco que está convencido de haber descubierto una zanja en el tiempo, algo así como un espacio donde no opera, un manantial de la eterna juventud en el sótano de una bodega atiborrada de papas.
La ultima vez que lo vi, antes de reencontrarlo accidentalmente y terminar involucrada en todo ese asunto, yo miraba por el vidrio sucio de la ventana del viejo bus que me sacaba el pueblo. En cada esquina él conseguía estar de pie esperando a que su mirada se encontrara con la mía, no movía la mano en señal de despedida, no decía nada, solo me miraba, veía con calma como me alejaba.
La siguiente vez, largos años después, estábamos los dos sintiéndonos irremediablemente infelices, solos.  Yo estaba varios puestos delante de él, pero según dijo, algo en mi cuello le habló, algo en la forma en que unas hebras de cabello caían sobre mis hombros le indicó que yo no podía más que ser yo.   Vino a mí en medio de la gritería generalizada que lo exhortaba a conservar su lugar en la fila, pero él no hizo caso.  Al principio estaba emocionada de verlo otra vez, incluso después de salir de allí me sentía feliz de saberlo vivo, de tenerlo al frente mirándome con esos ojos mucho más insanos de lo que recordaba.
–¿Tienes encendedor?
–No.  Antes no fumabas.
–Antes no muchas cosas.  Ahora…
Y la mención discreta e ingenua al tiempo, accionó como un resorte su necesidad de contarme toda la historia.
  –Antes no fumabas
  –No. Antes no muchas cosas.  Ahora…
Y se detuvo de repente, me miró como constatando que nada había sido accidental, que también ella me había estado buscando.
 –Tienes que saberlo todo.
Y ahí empecé yo, contándole de las papas, de las cartas fechadas del sótano, de lo que significaba mi hallazgo.  
–¿Te acuerdas de la bodega esa de don José, por la salida que va a la Cuchilla?
–¿Te alcanzas a imaginar cuántos “don josés” puede haber en un pueblo como ese?
–No, uno solo, uno era don José Lancero, ¿te acuerdas?
–Si, más o menos.
–Pues ahí es donde están.  Ese es lugar.  La bodega esa tiene tres pisos, pero el visible, el que está a la altura del suelo es el tercero, los dos restantes están debajo.  La gente dijo muchas cosas cuando vieron cómo construyo eso el Don, pero lo cierto, ahora estoy seguro, es que el viejo lo sabía. Recuerdo que hubo quien dijo que el viejo lideraba una orden secreta de hombres que se juntaban allí abajo, donde tenía un aparato extraño con el que hacían aun más extraños rituales para comunicarse con no sé qué seres. Pero la verdad es que en esa época el cultivo de papa era muy poco lucrativo, nadie lo compraba al precio justo y, el viejo construyó la mejor bodega que pudo imaginar para conservar su cosecha por largos tiempos, hasta conseguir un precio razonable.

Primero pensé que se trataba de una broma, un mal chiste, pero rápidamente me di cuenta que no, que eran las mismas cartas, las mismas papas… lo que probaba que este era un bache en el tiempo, el herbicida era especial, las papas eran especiales o, la bodega era especial. Fuera lo que fuera, ese lugar era el puente.
Debí haberme ido, sin duda debí soltar cualquier excusa y desaparecer tan rápido como me fuera posible, pero el vacío de los días hace mella en la curiosidad de cualquiera.  Me quedé y, mordisqueando mis uñas, lo escuché sin decir mucho, temiendo un poco mientras notaba sus dedos enredarse con fuerza y sus pies moverse inquietos como si corrieran, pero sin alejarse de mi.

–Cuando era niño trabajé ahí en la época de  vacaciones año tras año, era algo así como un castigo.  Te lo conté y te llevé allá hace tiempo… ¿te acuerdas? Tuve que cosechar y apilar papas con el Don.  Vi el campo cubierto de flores violetas y luego conocí la bodega.  Era, y es aún, un lugar extraño, frío, húmedo, construido en niveles escalones de granito.  Ahí guardábamos buena parte de lo que se cosechaba, las papás apiladas en morros de unos dos metros reposaban por varios meses antes de salir al mercado.  Hasta ahí no había ninguna sospecha de anormalidad.  El asunto importante lo descubrí cuando regresé, más de 20 años después a ese mismo terreno, a esas que ahora eran otras flores, a la bodega y a aquellas papas apiladas.  Otra vez me sentía castigado al regresar ahí, ahora no era la escuela o la vieja quien me castigaba, era la vida, pensaba yo sin saber lo que me encontraría.
–Y qué encontraste?
–¡Las papas! eso fue lo que encontré. Las mismas papas de hace más de dos décadas exactamente como las había dejado, como si hubieran sido arrancadas de la tierra ayer mismo.

Aquí ya no pude contener la risa.  Así que era esa su prueba reina del manantial de la eterna juventud, unas papas que él ingenuamente creía que eran las mismas que sus manos infantiles habían amontonado hacía años. 
–Es cierto, lo juro.  
Si no me cree ella, a lo mejor es verdad que estoy condenado, que soy un maldito loco, como gritaron los otros.  Si ella no quiere ir y ser conmigo, estoy condenado. 
–La prueba son las notas, las cartas en cada montaña.  Las encontré todas.
–¿Qué notas?
–Las cartas fechadas.  No entiendes, cada montaña tiene su fecha, por eso lo se.  Sé que no han envejecido.
–¿Las papas no han envejecido?
–La primera que encontré era de 1985, la fecha estaba garabateada en tinta roja.  En algún lugar decía algo así como: si hoy supiera lo que tu sí sabes, tendría un corazón de toro.  Después di con la de 1991, era triste, decía: ella dijo lo mismo que la vieja.  Si es cierto y yo no soy tan estúpido, terminaré por no esforzarme más, para qué, si es igual.  Luego la del 87, la del 88, la del 92, 90, 89, 93.  Escarbaba como loco entre las papás húmedas hasta dar con el trozo de papel.
–Pero, cualquiera pudo ponerlas ahí…
–No, no fue cualquiera.  Fui yo.  Eran para mí, y fue mi puño quien las escribió, mis manos llenas de tierra quien las escondió allí.
–Y las papas, no pueden ser las mismas.
–Claro que son las mismas, yo sé, yo las conozco.
–¿A todas?
–A todas.

Le dije que desde la primera vez que regresé, empecé a escribir esas cartas de nuevo.  Que la había mencionado en algunas, que sabía que la llevaría allí otra vez.  Ella me miraba de esa forma que yo no quería creer que estuviera impregnada de miedo.

Un demente, eso es lo que es, un maldito loco que a lo mejor vio muchas películas de ciencia ficción.  De hecho ahora cuando lo pienso, lo recuerdo flaco y alargado, con el cuello como un gancho y una enorme manzana de Adán, llevaba siempre bajo el brazo un libro, algo sobre androides, sobre los sueños de los androides y las ovejas. No se qué sueñan los androides –no se bien qué son los androides– pero él ha de soñar con papas, con papas inamovibles en el tiempo.

–Ya lo investigué todo.  Es ese lugar.   Todo este tiempo te he buscado sin saber bien que lo hacía.  Pero, todo está listo, ha estado listo siempre.

Corrí. Corrió.  Sin  siquiera mirarlo, salí del café y corrí tan rápido como pude, crucé la calle y extendí el brazo para parar un taxi, o lo que fuera. Me miró largo, su mirada era algo fría, pero yo se bien lo que significaba, la había visto antes.  Solo me echó un vistazo y luego su cabeza pareció perderse por debajo de la ventana. Con la miraba dirigida al piso del taxi dejé que avanzara sin siquiera decirle al conductor a dónde iba, y lo imaginé de pronto, su cuerpo hecho nudos como un tubérculo más con millares de cartas con mi nombre cubriéndolo, esperando que el tiempo lo mantuviera así, ¿así para qué? 
1984. He tenido un sueño, un sueño que me aterra solo al recordarlo, yo era una roca, una roca blanda, no me movía, no hablaba, yo era una roca. 
1995. Debería haber alguna forma de que me contaras tus secretos, deben ser fantásticos.  Aquí nadie me cuenta sus secretos. 
2014.  Se fue otra vez, una vez más la vi alejarse, pero ya sabe dónde


domingo, 7 de diciembre de 2014

BAUDÓ, RIO DE IR Y VENIR

Aunque en el discurso institucional y estatal en Colombia el tema del post -conflicto es el eje de las acciones y discusiones, a orillas del Baudó, el segundo río más importante del Chocó, la guerra sigue encendida.  Más de 180 comunidades afros e indígenas se levantan a lo largo de la ribera del río Baudó, en el Chocó. El Baudó, que en lengua Noanamá significa “río de ir y venir”, es una de las regiones más pobres del departamento más pobre de Colombia.
 Estas poblaciones de difícil acceso (fluvial o helicóptero) son territorios colectivos de comunidades afros e indígenas que continúan en el fuego cruzado, confinadas, desplazadas, asesinadas y caminando sobre el polvorín que los restos de armamentos han dejado en sus territorios.  FARC, ELN y AGC (Autodefensas Gaitanistas de Colombia, conformado al parecer por grupos paramilitares post desmovilización: Rastrojos y Águilas Negras) están asentados en la zona, mientras la presencia del Estado se traduce en efectivos el ejercito y glifosato que cae del cielo no solo sobre los cultivos de coca sino sobre la yuca, el maíz, el arroz, el plátano y las cabezas de los locales.  Aquí, con la zozobra, la pobreza y el miedo, la guerra es un asunto del presente.  Aunque los grupos se desmovilizaron, aunque se firme con las FARC en la Habana, aquí, en esta otra Colombia, la gente y sus territorios siguen dibujados como un blanco en el mapa.









martes, 11 de noviembre de 2014

LAS LUCES

¿Está bien?  Si. Si está bien, ¿ entonces por qué se refriega así?  Es para ver las luces.  Entonces no está bien. Hay una que queda encendida por más tiempo si lo hago así, con mucha fuerza.  Deje ya de hacer eso.  Es por la luz, nada mas que por eso.  

Párese con la espalda derecha que seguro ya viene.

¿Quiere? No.  No ha comido desde ayer, hay que comer, todos los días hay que comer a las horas que son.  Si, yo se.  Coma.  No quiero, comer sin hambre debe ser malo. 

¿Otra vez? Baje esas manos.  Pero es por las luces.  Que las baje. 
Oiga, yo ya no quiero ir por allá.  Mejor no voy.  Ya va a llegar.  No, pero mejor ya no.  
Vámonos, ya no va a venir. Ya va a llegar. 

¿Ahora si quiere un bocado?

¿Está bien? Está… Si, bien.

Y la que queda encendida por más tiempo, ¿de qué color es? dígame.  No tiene color.  ¿Es blanca? No tiene ningún color.

Es ese de allá, ¿lo ve? Levántese desde ya.  
Se parecía de lejos.  Ya va a llegar, seguro.

Yo ya no voy.  Sí, si va.  No, no quiero.  Usted me prometió.  Si pero la gente se arrepiente todo el tiempo.  La gente buena no. Yo no soy gente buena, sino por qué quiere que vaya.  No es por eso, usted sabe.  No, yo no se.

¿Hace algo la luz esa, la sin ningún color?. Que le importa a usted, usted no sabe nada de eso. Cuénteme, mientras tanto.  
Se mueve, la luz se mueve, baila; pero no baila a donde yo quiera sino a donde ella quiere.  ¿Hace lo que le da gana?  Si, no como yo. Si ve, usted no está bien. ¿Está bien? No.

Si voy, ya no vuelvo más. No diga eso.

Se está demorando, pero ya debe estar por llegar.

Baje las manos. No. Bájelas, se va a dañar los ojos. No.
Ahora seguro que sí llega.

¿Por qué me mira así?  Está bailando, alrededor de su cabeza baila y brinca. Si ve, usted no está bien. Usted tampoco.
  

sábado, 8 de noviembre de 2014

UN PEDAZO DEL SAHARA SE LLAMA COLOMBIA


Aquí, al otro lado del Atlántico, en este lugar poderoso que visto desde la ventana del avión se antoja como otro mar, un mar cobrizo y seco, también hay rastros de Colombia porque nuestra reputación se extiende incluso hasta estas latitudes, hasta El Desierto, así en mayúscula, porque el Sahara lo es por antonomasia.