Con la
carta de mi mamá sobre las rodillas y la vasija de más arriba del porta cerca
de la boca para que no se cayera nada al comer con las manos -porque al mocoso
del Quique se le olvidaron los cubiertos- como y como. Pero no por hambre, el
viejo me ha dado algo de comer estos días, pero es que nadie cocina como ella.
Miro la carta imaginando las palabras
dulzonas de mi mamá, pero no la quiero abrir. Sí quiero, pero me da no se qué.
Que tal me tenga malas noticias: que mi dizque
papá me va a sacar a golpes de acá, que me ve a romper la cara y directo pal’ cuartel pa’ que me pongan a
caminar derechito. Pero al mal
paso… Bajo el porta, aún con un pedazo de carne en la boca, abro el sobrecito y
sí, son las palabras dulzonas de mi
mamá: que vuelva mijo, que como lo extraño, que mire su papá, que el pobrecito
Quique, que gracias a Dios que está bien mijo, que no voy a dejar que lo
regalen al ejército. Yo sigo leyendo con
valor, sin ponerme como niñita ahí todo lloroso.
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