No fue sino cruzar la puerta metálica, y el
Negro se agarraba el estómago de tanta risa.
El Flaco miró al frente y también se doblo de la risa sosteniéndose de
mi hombro.
Ahí, al frente nuestro estaba el Darko
mirando un papel con los ojos llorosos, levantó la cara y se limpió rápido la
mejilla pasándola como al descuido contra el hombro para terminar con eso gesto
tan suyo de frotar con fuerza la nariz con los nudillos del índice y corazón.
– ¿Qué
trajeron trío de mariquitas?
– Mariquita
el que chilla, no el que trae que beber, Darko.
Cabe aclarar que Darko nació
llamándose Miguel Ángel, pero desde que estábamos en primaria le parecía un
nombre de niño bien, de niño juicioso, de maricón, y él –decía- no era nada de
eso; por eso cuando la prima de un muchacho del barrio, que venia de Italia,
Inglaterra o algo así, trajo unas revistas con unos dibujos oscuros, que
contaba la historia de una banda de hombres que armados y en carros gigantescos
andaban por la ciudad sembrando el terror, Miguel Ángel juró que había tenido
una “revelación”. Así llamó a mirar esas revistas durante muchísimo tiempo,
pagando por cada hora una montón de plata al bobo ese del barrio que tenía su
prima de afuera. Y digo mirarlas porque era imposible leerlas, estaban escritas
en otro idioma, inglés tal vez, y por todos lados se veía la palabra “Dark”,
incluso el nombre de la historieta era Dark algo. Así que Miguel Ángel decidió
entonces que se llamaría “Darko” en honor a su revelación, y que un día tendría
una banda de hombres armados para hacer lo que se le viniera en gana.
– No se equivoque Negro maricón, mejor pase un
cigarro.
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