jueves, 1 de mayo de 2014

EL CLUB DE LOS RABIOSOS (X): Trabuco (Por: El Darko, Lucho y el Flaco)

El Darko
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     Por lo menos me subieron unas cervecitas, y ya con esta bulla que forman puedo dejar de escuchar tanta musiquita de la vieja Cantor.  Además con esto de estar ganando la guerra contra el ejército -que ya está casi listo- viene siendo hora de que empecemos a hablar de lo que hay que hablar.
–¡Entonces qué Lucho, el Flaco ya le contó la belleza de librito que se encontró?  Vea, es para hacer pistolas con tubos y pendejadas.
  
Lucho
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A mí no me habían dicho nada de armas y tubos, yo había estado en la piedra con el Darko, mirando pa’ afuera, mirando para el monte que rodea el pueblo, allá donde nos decían que quedaban otros pueblos, otras gentes. Ahí estuvimos, como tantos días, los dos sentados con una botellita de vino que el Darko se había robado de la casa cural ese sábado que se le perdió a la mamá cuando la estaba acompañando a confesarse para estar lista para la comunión del domingo.  Tomábamos de la botella y fumábamos del mismo cigarrillo porque no teníamos muchos, y ahí fue que yo le conté de la morenita, que me quedaba como muerto cuando la veía pasar, que la lengua se me ponía pegajosa como si hubiera bebido mucho y no me salía ni una sola palabra, y la muy miserable ni siquiera me daba una miradita ni nada. Él se reía y golpeándome la espalda me decía que ya llegaría el día de darle a la muchachita lo que ella de verdad quería, pero tocaba ser hombre primero para no quedar mal con la morena.
     Luego de varios tragos más y uno o dos cigarrillos, empezó a hablar de la pandilla, de que había que hacer algo grande para no ser como todos los demás, que era necesario emprender un viaje, botar fuego por la boca como esos acuerpados de los circos, que había que tener armas y ser fuertes, que había que ser hombres, pero esa era una de tantas conversaciones embriagados con vino y con tan poco que mirar desde la piedra. Pero de ahí a tener armas y disparar, había una distancia grande.

El Darko
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     A mí lo de las pistolas armadas con basura cualquiera me parece medio indigno para uno que quiere las cosas siempre de verdad, pero al final da lo mismo: tenerlas y hacer tiros a blancos que también podemos armar de cualquier forma.  Lo que no es lo mismo es estar de soldado, es que no, que porque el dizque papá fue soldado, porque uno va a ser un vago cualquiera y lo único que le quita esas mañas es meterse al monte.  No, cualquier cosa menos soldado.
                                    

El Flaco
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–Estas cosas solo se hablan si se bajan con alguito.
     Con el destapador que tengo amarrado con un cordón de zapatos al pasador de la pretina del pantalón, abro las botellas de cerveza.  Sin que ellos se den cuenta, siempre abro dos para mí, como ellos beben tan lento yo no tengo problema de esperarlos para abrir la otra ronda, siempre y cuando tenga la otra escondida detrás de la espalda.  Y nada mejor que la cervecita en estos momentos como tensos, donde el Negro mira de reojo al Darko, que se ríe con el cigarrillo colgándole del labio. Lucho mira pa’l piso, y niega suavecito con la cabeza.  A mí en últimas me da lo mismo, en lo que sí estoy de acuerdo, es en eso que dice el Darko: que hay que hacer algo grande, que hay que ser hombres, no como los papás de uno, que se conformaron con esto, con esto que al final no es nada.
     El librito ese me lo encontré por puro accidente.  Porque para empezar yo no tenía nada que hacer en la casa del careculo ese que nunca sale y según dicen esta medio loco, por  pensar demasiado dice mi mamá.  Yo no sé por qué será, pero ese día que mi mamá estaba bravísima conmigo porque llegué tambaleándome a la casa, y cómo ella sabe que ya las duchas con agua helada a media noche no me hacen ni cosquillas, pues me castiga más feo. Me obliga a ayudarla en la tienda, y ayudarla no quiere decir quedarse en el local esperando que pase una niña bonita, no, me toca madrugar a traer mercado de la plaza pa’ que mi mamá lo venda más caro, y luego todo el día cargue cajas y ordene vitrinas, y trapee y trapee, como si ese piso de cemento un día fuera a brillar como espejito. Pero ese día el viejo careculo llamó a mi casa y le hizo copiar una lista larga a mi mamá, y entre seguir trapiando y llevarle el mercado al viejo, pues prefiero la calle. 
     Yo que toco en la entrada y la puerta que se abre, como en las películas de miedo, y yo parado ahí como hecho piedra, de pronto suena la voz del viejo careculo desde adentro, una voz como de ultratumba que me decía que siguiera.  Yo entré y vi esa casa toda oscura, y eso que eran como las diez de la mañana, y no había ni fotos, ni cuadros, ni nada en las paredes de ese pasillo largo.  El viejo caminaba delante mío, despacito, medio chengo, ladeándose y rozando las paredes del pasillo. Cuál loco, pensé, lo que es, es un borracho. El viejo sigue caminando y al final entra a un cuarto y yo ahí parado en la puerta. El viejo se pierde, como desaparecido en ese cuarto que se veía todo negro.  Y de pronto se prende una luz y lo único que hay en el cuarto son libros y libros, las paredes desde el piso y hasta el techo alto, llenas de estantes de libros.  El viejo me hizo un gesto con la mano y yo entré todo tímido con esa bolsota de mercado entre los brazos. Y no fue sino poner un pie adentro y sentí ese olor a muerto, como a podrido que me aguaba los ojos. El viejo todo barbudo se sonrió y salió del cuarto.  Cuando iba cruzando la puerta, sin mirarme, dijo que lo esperara, que iba a buscar la plata.
     Yo solté la bolsa al piso pa’ tener las manos libres y taparme la nariz y la boca, que si seguía oliendo eso me vomitaba sin mucho aviso.  Me puse a caminar por el cuarto, así todo temeroso, y cuando veo que una filita de libros esta sostenida por un trabuco, una de esas armas que no son como las de los soldados, son armas hechizas.  Yo me acerqué ya sin taparme tanto la nariz, y la agarré, pesaba harto. La miré por todos lados, pero lo que no me di cuenta, fue que cuando la agarré en mis manos los libros se empezaron a resbalar, y entonces prummmmm se cae uno al suelo, y qué estruendo.  Yo del susto casi suelto el trabuco, miré pa’ la puerta no fuera que el loco careculo me estuviera viendo y, como no estaba, me agaché rapidito y recogí el libro. Lo estaba acercando al estante cuando me doy cuenta que en la portada había un dibujo de un trabuco, casi igualito al que tenía en mis manos, volví a mirar la puerta y sin pensármelo mucho, solo imaginándome la alegría que le iba a dar a los muchachos, me lo guardé entre la camisa.  Puse la pistola otra vez en su puesto y volví a ponerme al lado del mercado, contento, ya casi sin pensar en el olor a muerto.  Me giré un poquito, cosa de ponerse más cómodo, cuando voy a dar con una mesa gigantesca. A lo lejos se escuchaban como pasos del loco, y yo que estoy en eso de escuchar, de oler tanta podredumbre y pensar en lo que tenía entre el pecho y la camisa y veo que ahí al ladito mío, sobre la mesa, hay una cabeza, los puros huesitos, toda redonda, como amarrilla, con los dos huecos grandes y negros donde debieron estar los ojos alguna vez, y meto qué grito. Sin dudarlo mucho salí corriendo, no fuera que la próxima cabeza que adornara la mesa del loco fuera la mía.
Detrás mío, lejos, escuchaba al viejo gritándome:
–la plata, mocoso- 
     Yo abrí esa puerta y corrí y corrí, y no paré hasta llegar a mi casa.


El Darko
***

–No me van a decir que les dio miedito, pero si no vamos a matar a nadie, no es pa’eso Lucho.  Es pa’alistarnos, pa’que cuando llegue el día de hacer algo grande, nadie se le pueda parar a uno al frente

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