–No
comas demasiado camello, ni tomes su leche; aquí no, mejor allá, donde el
ganado ha comido buena hierba y no solo sobras.
–Toma
mucha agua, de la embotellada, tu cuerpo no está listo para el agua de los
pozos.
–No
olvides recoger noticias de Agüenit.
–Ellos
(los españoles) siempre se enferman nada más pisar los campamentos. Lo peor de
enfermarse es que perderás mucho tiempo, tu no quieres enfermarte.
No,
no quería enfermar, no quería perderme de nada.
Seguiría las recomendaciones de todos, incluso aquella sobre las
noticias que no terminaba de entender. Ahora solo quedaba esperar, esperar al
estilo saharaui sin saber cuándo, cómo, o ni siquiera si realmente sucedería
aquella travesía legendaria rumbo al sur.
Muy al sur, hasta Agüenit, casi mil kilómetros atravesando El Desierto,
así, en mayúscula, porque el Sahara lo es por antonomasia.
Cuando
lo vi por primera vez yo estaba entre unos cinco o seis hombres con sus cabezas
envueltas en turbantes negros y celestes, yo los escuchaba hipnotizada mientras
ellos conversaban en su musical hassanía (dialecto derivado del árabe) comentando
la telenovela que aun cuando sonaba en árabe, era claramente mexicana. Allí gran parte de la vida sucede a ras del
suelo, y desde abajo, sobre la alfombra
donde yo estaba tendida, él se veía enorme, con un rostro endurecido y una
mirada severa detrás de los lentes oscuros.
Mohamed, como tantos otros llamados así en honor al profeta, sería mi
compañero en la travesía, algo como un guía, un cómplice. No era posible saber a ciencia cierta cuándo
saldríamos, yo ni siquiera tenía muy claro a dónde iba, quiénes iríamos, de qué
se trataba el evento allá abajo, en el Sahara Occidental libre.
Mientras tanto el
tiempo en los campamentos de refugiados Saharauis pasaba lento, suspendido,
como esa arena fina que en los buenos días el viento arrastra perezosamente de
aquí para allá.
Tindouf, sur occidente de
Argelia. Norte de África. Invierno.
Los campamentos de refugiados saharauis están construidos heroicamente sobre la
hammada argelina, el desierto del desierto, el infierno, según los árabes. En este lugar pedregoso y estéril, donde no
crece nada, donde no pasa nada, hace cuatro década lo único que distraía la
mirada de la extensa ausencia de todo en el horizonte era una base militar
Argelina. Pero desde 1976, se levantan
como pequeñas ciudades cinco wilayas, asentamientos humanos donde fue a parar
una quinta parte de la población saharaui tras la Marcha Verde del entonces Rey
de Marruecos. Cada wilaya, a excepción de
Rabuni, (deformación de la palabra Robinet, grifo en Francés) lleva el nombre
de una ciudad de los territorios ocupados, –para no olvidar– ha dicho
alguien.
Berlín. Mesa de comensales
europeos, por allá por 1885.
Las potencias de entonces tomaron África
como si de un pastel se tratara y usando escuadra y cuchillo dividieron el
botín. Trazaron líneas y fueron poniendo banderas, crearon colonias por todo el
territorio sin considerar siquiera fronteras naturales. Sin darle importancia a
la forma en que se desarrollaba la vida allí, separaron pueblos por una línea
invisible y juntaron enemigos de antaño en una sola colonia. En aquella salvaje repartición, un pueblo, el
Bidán, los hablantes de Hassanía, fue separado
de un tajo, convirtiéndose la mayoría del territorio en colonia francesa, y una
porción en el Sahara Español, la que llegaría a ser la 53ª provincia de España. En los agitados primeros años de los 60s del
sigo XX se derrota al colono Francés y aparecen después de varios eventos la
actual Mauritania, Mali y Argelia. (La
sociedad del Bidán estaba conformada por lo que hoy es el Sáhara Occidental, Mauritania, el norte de Mali y el suroeste de
Argelia)
Por
su parte el Sahara Occidental aún hoy sigue siendo una colonia Española, es
decir continúa bajo su administración. Esta es, según listados oficiales de la
ONU, la ultima colonia de África. Aunque Marruecos, ocupante ilegítimo del
Sahara Occidental, originaria tierra de los saharauis, no lo cree así. Para Marruecos la descolonización se completó
en 1976, cuando lograron sacar a los Españoles por medio de la mal llamada
Marcha Verde, donde en realidad quienes fueron expulsados con napalm y fósforo
blanco, fueron los saharauis. Para la
corona Marroquí, las colonias de África siguen siendo Ceuta y Melilla, esos dos
enclaves españoles que día a día aparecen en noticias de la península cuando se
reporta la masa informe de africanos subsaharianos que, en una odisea por el
continente, llegan hasta esas vallas para pisar suelo europeo.
Lo
que condujo a este pueblo valiente y paciente, muy paciente, a la situación de
incertidumbre de hoy fue otra repartición maliciosa de su tierra, como la de
1885. Un buen día de 1975 los saharauis
se acostaron a dormir siendo una colonia Española, con un colono amistoso y en
apariencia dispuesto a liberar su tierra, y al día siguiente se levantaron en
medio de la ocupación Marroquí y Mauritana.
España, con Franco agonizante, los abandonó a su suerte, entregó el
territorio y se fue a su rinconcito del otro lado del Mediterráneo.
A
partir de ese ya lejano día mucho ha pasado. Me lo cuenta Mohamed mientras
hacemos agujeros en la arena fina de las dunas. Me lo cuentan los niños que
tienen su historia reciente claramente aprendida, con fechas, nombres, lugares.
Me lo cuentan los viejos, con sus caras apergaminadas. Sentados sobre la arena
mientras juegan al sik, algo así como un parqués del desierto, familias enteras
me relatan la vida de antes, nomadeando el Sahara, persiguiendo las nubes que
les darán la lluvia para alimentar a los camellos, el sustento del frig
(frig: campamento itinerante de varios grupos familiares).
Me
cuentan de la huida salvaje, de la guerra donde las tribus se unieron para
sacar a los invasores logrando quitar del medio a Mauritania. Me cuentan de
cómo guerreando consiguieron el rescate de esa parte de su territorio, el
desierto libre y poderoso que yo esperaba ver con mis propios ojos. Me cuentan del muro que tendió Marruecos,
ocho muros a lo largo del territorio que suman unos 2700
km de largo, muros
minados, muros llenos de armamento y militares Marroquís, muros división de
familias y pueblo, muros en pie todavía.
–A lo mejor salgamos mañana, se espera una comitiva más y a los periodistas Argelinos.
–A lo mejor salgamos mañana, se espera una comitiva más y a los periodistas Argelinos.
–Saldremos
cuando salgamos –ha dicho algún Saharaui que como yo, también aguarda por el
viaje.

La
espera continuaba y yo, contagiada por el ritmo saharaui caminaba los
campamentos, me perdía y erraba por el infierno donde unos 200.000 saharauis
inventan un estado, la RASD (República Árabe Saharaui Democrática) constituida
en 1976 en medio del fuego cruzado, un estado que pocos países reconocen como
tal; por supuesto no lo hace la Unión Europea, la Liga Árabe o Estados Unidos.
Me escabullía entre grandes salones de adobe y enormes haimas, esas tiendas de campaña que a diferencia de las de la vida
nómada hechas de pelo de camello, son de un plástico verde manchado de arena. Camino
por las callejuelas comerciales, almacenes de adobe con puertas celestes donde
se vende desde cds con cursos de español o cientos de los temas más sonados de
regaeton, hasta telas de bellos estampados que cubrirán los cuerpos de la
mujeres. En un salón oscuro se vende la
carne de camello; la brida, la joroba, una grasa fibrosa y llena de sabor es la
parte más costosa. En el salón de al lado, se venden vegetales y algunas frutas
que traen desde Tindouf. Durante la siesta los campamentos parecen
repentinamente abandonados, silenciosos y tristes, a lo mejor así se verá la
hammada cuando todo acabe, callado, fúnebre. El suelo de
los campamentos por donde se le mire está sembrado de escombros de autos
apilados y viejos contendores de agua. También sobre la arena y las piedras se
ven placas solares de diferentes dimensiones, no pueden ponerse en el techo por
el siroco que se las llevaría de un
tajo. La sombra, le llama un poeta al siroco, esa tormenta de arena
infinitesimal que se mete hasta el ultimo recoveco y que impide la visibilidad
como si de un manto rojizo se tratara.
A
veces también recorría los campamentos instalada en el lugar del copiloto de la
camioneta de Mohamed, una que como todas han sido traídas en una gran travesía
desde cualquier lugar de España hasta un barco en Barcelona o Algeciras para
después cruzar el Mediterráneo hasta Tanger, y ya allí conducir hacia el sur
por Marruecos y cruzar a Argelia hasta los campamentos. Esos 4X4 de segunda, los viejos Mercedes de
poderoso motores y los míticos Land Rover que antaño redujeron la inmensidad
del desierto, son los únicos medios de transporte que pueden con la
hammada.

Desde
1976, cuando Mohamed tenía unos 7 años, el 75% del territorio
del Sáhara Occidental ha estado ocupado por Marruecos. Las tropas del Rey entraron y fueron
acorralando a los saharauis, negándoles la posibilidad de declararse como
tales, como pertenecientes a una pueblo diferente que reclamaba desde antes de
la entrada de Marruecos su derecho a la autodeterminación. Los Marroquís fueron creciendo en número
mientras Mohamed y los otros saharauis, nacían, crecían, se reproducían y
morían de ese lado del muro. Del otro
aun habían -y hay- frigs nómadas pero, sobretodo, había hombres y mujeres
armados primero precariamente por la Unión Soviética, por Cuba y gracias a los
robos a los enemigos; hombres que se unieron para formar el Frente Polisario,
el grupo independentista que hasta el 1991 sostuvo la lucha armada por la
liberación del Sahara Occidental y, que cuando pensó que su guerra tendría que
ser librada contra España, tuvo que hacerla contra Mauritania y Marruecos. Lograron la rendición de Mauritania y la
liberación de una parte del territorio que está dividido del otro, del ocupado,
por el muro, muro de la vergüenza y del olvido. Hoy el Frente Polisario acusado por algunos de draconiano y
antidemocrático (tienen el mismo presidente desde la fundación de la RASD)
continua representando al pueblo saharaui frente a la lucha por su
autodeterminación
Siendo un estudiante de bachillerato, mientras el número de desaparecidos y presos políticos saharauis aumentaba, Mohamed encontró lo que él llama la conciencia política, la necesidad de hacer parte activa de la lucha por la causa de su pueblo, su pequeño pueblo de algo menos de un millón de integrantes. Su nuevo y poderoso móvil lo arrojó a la intifada, el levantamiento civil, la resistencia. Mohamed empezó en las células clandestinas casi al mismo tiempo que se enamoraba de una marroquí, el amor-odio que no podía más que ser un acto político para él en ese momento adolescente. La intifada aún hoy sigue con sus luchas ahogadas por marruecos en busca de reivindicaciones políticas, sociales, económicas. No es solo por los dividendos de la pesca y el fosfato que los saharauis nunca han visto, no es solo por la autodeterminación, es por el derecho al trabajo, al trato digno, al reconocimiento de su identidad. Como era de esperarse a finales de los ochenta las acciones de la intifada aumentan y la represión recrudece. Todos terminarían en una mazmorra torturados en la Cárcel Negra del Aaiún pronto, pero el joven Mohamed consigue escapar a tiempo. Desde entonces ha estado separado de su familia, ellos continúan en el territorio ocupado y el es un traidor del Rey que a lo mejor, si llegará a poner sus pies en territorio Marroquí, terminaría en la celda que lo esperaba hace 20 años.
Siendo un estudiante de bachillerato, mientras el número de desaparecidos y presos políticos saharauis aumentaba, Mohamed encontró lo que él llama la conciencia política, la necesidad de hacer parte activa de la lucha por la causa de su pueblo, su pequeño pueblo de algo menos de un millón de integrantes. Su nuevo y poderoso móvil lo arrojó a la intifada, el levantamiento civil, la resistencia. Mohamed empezó en las células clandestinas casi al mismo tiempo que se enamoraba de una marroquí, el amor-odio que no podía más que ser un acto político para él en ese momento adolescente. La intifada aún hoy sigue con sus luchas ahogadas por marruecos en busca de reivindicaciones políticas, sociales, económicas. No es solo por los dividendos de la pesca y el fosfato que los saharauis nunca han visto, no es solo por la autodeterminación, es por el derecho al trabajo, al trato digno, al reconocimiento de su identidad. Como era de esperarse a finales de los ochenta las acciones de la intifada aumentan y la represión recrudece. Todos terminarían en una mazmorra torturados en la Cárcel Negra del Aaiún pronto, pero el joven Mohamed consigue escapar a tiempo. Desde entonces ha estado separado de su familia, ellos continúan en el territorio ocupado y el es un traidor del Rey que a lo mejor, si llegará a poner sus pies en territorio Marroquí, terminaría en la celda que lo esperaba hace 20 años.
Finalmente, tras casi una semana de
espera en los campamentos de refugiados, salíamos de travesía al territorio
liberado. En la caravana iban
antropólogos y geólogos Vascos, periodistas Argelinos, un médico saharaui
formado en Polonia e Italia, Mohamed, yo y la guardia militar saharaui. Primero tuvimos que superar cuatro puestos de
control Argelinos hasta que, por fin, los Saharauis estaban en su territorio,
en el Sahara Occidental, lejos de la tierra prestada, de la tierra del exilio,
de la hammada argelina. A partir de
entonces sí que se trataba del desierto del Sahara, tierra lejana de algunas
ideas occidentales asociadas a esta geografía. ¡Está viva! pensé al ver por aquí y por allá taljas, (acacias del desierto) de formas
caprichosas acompañadas de arbustos rastreros. –Es tan fértil esta tierra que solo se
necesitan unas cuantas gotas de agua para crezca la vida, las plantas –decía
Mohamed cada tanto.
A bordo de las camionetas llegábamos a
correr a 120 Km por hora a través de la tierra amarrilla, rojiza o renegrida de
piedras pequeñas y pulidas, donde en el horizonte, de repente, se dibujaba la silueta
de un rebaño de camellos. A
veces atravesamos bastos messereb
(llanura de piedras sueltas) que se me antojan compactas autopistas naturales,
luego lo que parece un bosquecillo de taljas,
pero que es en realidad un wed, un río,
en medio del desierto, un río seco.
Cuando llueve estos surcos se llenan de agua, a lo mejor ahora que no ha
llovido en tres años, el agua está también allí, solo que no la veo, quizá aquí
en la badía solo la ven los beduinos (Badía designa algo como nuestro campo. Beduino, campesino, poblador de
esos espacios extensos y poderosos). He visto dbaba
(plural de dab, lagarto del desierto) que son pequeños dragones de unos
cuarenta centímetros, negros y brillantes que emiten un sonido seco con sus
resoplidos y que salen de sus madrigueras cuando el calor más azota. He visto serpientes doradas agazapadas entre
las rocas; bubisher, el ave de las
buenas nuevas y cuervos posados elegantemente entre las espinas de las taljas.
He visto vida, un poco de la vida del desierto.
Mientras
miraba a través de la ventana en medio de la nube de polvo y arena que levantábamos
a nuestro paso, iba pensando en militares con manos como rocas talladas por el
viento sosteniendo una kalashnikov; en la muerte de un beduino; en haimas que como
barcos navegan el desierto; en la sed, en la sed corriente, en la intensa, en
la excesiva que conduce a beber orina, sangre, gasolina. Pensaba en un frig viviendo durante tres meses sin agua, solo con la leche de
camella, hombres de hierro con dieta láctea; pensaba en manos pintadas con henna lavando los cacharros con fina
arena sin necesidad de agua; en hombres orando cinco veces al día en dirección
a la meca. Pensaba en los profetas buscando la iluminación en el poderoso
desierto.
Al
anochecer llegamos a Tifariti, una base militar que está muy lejos de la imagen
que esta expresión haría en un colombiano promedio. Es una bella casa de adobe con habitaciones alfombradas
y cojines disponibles para los visitantes. Tifariti, poderoso símbolo de la
resistencia saharaui, alguna vez fue un pueblo construido por los españoles,
fue bombardeado y tomado por Marruecos y finalmente liberado por el Polisario. En este mismo lugar Mohamed vivió su vida
militar hace ya tiempo, por allá por el 92, un año después de que se detuvo la
guerra. En 1991 el Frente Polisario
reconocido como el único representante del pueblo Saharaui, firmó el alto al
fuego con Marruecos bajo la supervisión de la ONU. Se creía que, ahora sí se llevaría a cabo el
referéndum de autodeterminación exigido por los saharauis y la ONU desde
1975. Pero Marruecos continúo
aplazándolo, inyectando más población marroquí al territorio y deslegitimizando
al Polisario y a la RASD frente a la opinión internacional.
La luz del
atardecer dibujaba de amarillo el borde las siluetas de los soldados mientras
se lavaban la cara y se cambiaban de ropa para descansar y mientras yo los
miraba, Mohamed me hablaba de su vida allí, nueve años fue militar, como estos
que nos acompañan ahora llevó el uniforme y empuño el arma, pero en un momento
en que todo parecía más posible, en que el futuro de la causa parecía estar más
cerca. En ese entonces su trabajo y el
de su pelotón era velar por el sostenimiento del alto al fuego, monitorear el
muro, detectar focos de espionaje en los alrededores, ya que desde el principio
todo el mundo árabe, a excepción de Argelia, es pro- Marruecos, cualquiera
podía ser un infiltrado.
Aún
estamos lejos de Agüenit y de camino nos detenemos a comer algo rápido, un
sándwich de sardinas, pero aún cuando no se cocina para no gastar demasiado
tiempo, siempre se enciende un fuego a la sombra de una intrincada talja, los soldados saharauis prenden
sus ramas y separan unos carbones ardientes para hacer el té lentamente. Se hidratan las hojas y se ponen al fuego.
Antes de extender los vasos se derrama un poco de agua para que no se pegue la
arena, y empieza a verterse lentamente de vaso en vaso para que el té haga
espuma. Este es el té de la fortaleza,
del descanso y de la conversación que recuerda el mate rioplatense y la sagrada
hoja de coca de los pueblos andinos.
Cada
vez que la caravana se detiene, se ve a los soldados y conductores caminar lentamente
con el torso inclinado hacia delante y las manos rozando el lecho de pequeñas
piedras sobre la arena. Con sus dedos revuelven
las piedras buscando alguna más renegrida, van juntándolas y luego con la ayuda
de un imán verifican si se trata de una simple roca o si es el fragmento de un
meteorito, que por el clima del Sahara se mantienen intactos durante
décadas. Desde los noventas el mercado
de meteoritos del desierto es amplio para coleccionistas privados, museos y
geólogos. Estos saharauis no
desaprovechan la oportunidad de dar con uno que puedan vender en los mercados
de los campamentos donde se anuncian junto a otro producto de lujo: Meteoritos y Trufas, estas ultimas
consideradas el diamante negro del Sahara,
la carne de la tierra como le llaman
los beduinos.
Seguimos
navegando el desierto y al fondo, como un gigantesco dragón que deja al
descubierto su lomo, se alcanza a ver el Rich (La pluma), una cadena montañosa
que indica, según los entendidos, que estamos entrado a Tiris, Tiris fecundo,
la tierra del mejor pasto, de la libertad beduina, la de los poetas nómadas que
desde antaño, desde que eran la sociedad del Bidán, recorrían el desierto
persiguiendo las nubes y contando las gestas, recitando las novedades, la
guerra, la paz, la vida, los nombres de dios.
Esta es una tierra fuerte que respira vida, tierra legendaria que los
suyos han nombrado recordando el cuerpo humano: las enormes montañas de piedra
pulida por la erosión y el tiempo se llama Galb,
corazón en español, muchos corazones forman Galaba,
cadenas de montañas negras e imponentes como el Rich, Galaba Rich. También hay colinas con formas diversas: dala (costado), sen (diente) hayeb (ceja)
esbee (dedo) hanfra
(nariz) sag (piernas). Fuentes de
agua, ain (ojo, auin:
ojos) y largas dunas, erg
(vena).
Ya
de noche tuvimos un par de averías y aunque nuestro conductor, la cabeza de la
caravana, seguía esa estrella que
también yo miraba, parecíamos estar perdidos o, lo que era peor, demasiado próximos
a una base militar Mauritana en la frontera.
El coche saltaba furioso dunas y resbaladizos wed y yo sentía que iba
mar adentro y que no quería detenerme, quería seguir y seguir viendo a través
del vidrio las estrellas, sospechando que más allá del cono de luz que producía
el auto sobre la arena, no había nada o estaba todo oculto, agazapado en
silencio para no ser detectado. Lo que
vino un par de horas después fue la desesperación argelina y el estrés de los
saharauis más occidentalizados, como Mohamed que en medio de la oscuridad
perdía su interés por traducirme la discusión. Al parecer continuábamos
perdidos, pero ahora no valían de nada los GPS que iluminaban las caras
argelinas. Buscábamos una puerta por la
que teníamos que entrar al territorio de Agüenit. Sí, una puerta perdida en
medio de la oscuridad del desierto.
Rodamos y rodamos por la arena durante un tiempo que parecieron cinco
horas pero que no se bien cuánto fue, hasta que por fin la encontramos. Más que
una puerta, en realidad era dos columnas adornadas con banderas de la RASD que
indicaban que en este lugar estaban asentados soldados saharauis que de lejos
vigilaban una sección del muro Marroquí. Ahora si pudimos decir que estábamos
en Agüenit.

Luego
vamos a buscar a nuestros amigos soldados siempre al amparo de una talja haciendo el té y contando
historias por turnos, porque como me dijo algún saharaui, los libros son
frágiles, se extravían, se rompen, habrá algunos que solo llegan a ser leídos
por su autor o un solo lector; mientras que la voz es imperecedera, lo que se
conversa es escuchado por todos, se eterniza pasando de boca en boca. Por eso
aquí los viejos, e incluso los no tan viejos, son bibliotecas vivas y la
conversación entorno al té es mágica y esencial.
Para Mohamed,
allá afuera, del otro lado del Mediterráneo, abandonar la conversación, el té,
el silbido del viento en las dunas es el precio que hay que pagar cada tanto
para hacerse de algo de dinero que le permita a la familia suplir lo que la
ayuda humanitaria no cubre. Ese es también el precio que muchos de su edad, los
que siguen siendo la generación joven según el Polisario -aunque están tan cerca de los cincuenta-
deben pagar por cumplir su misión por la causa, diplomacia, embajadas,
encuentros, conversatorios, todo un arsenal de estrategias que buscan despertar
el interés de la comunidad internacional por el destino de su pequeño
pueblo. Mohamed, como tantos otros,
desde que nació en los hoy territorios ocupados es un hombre divido, entre su
causa y su vida -soy propiedad privada del Polisario, eso primero –dice él
mientras mira desde una pequeña colina los campamentos. Entre los campamentos y Europa. Entre el pasado y el futuro incierto.
En
el evento ha habido carreras de atletismo corridas a pie descalzos, fútbol y voleibol
en medio del desierto, y una exposición de pinturas y de fotos de algunos
mártires de la zona. Ha habido también
una maniobra militar. En una infinita
llanura se ha dispuesto un ficticio enclave marroquí, y los militares saharauis
lo atacaron varias veces. La gente,
civiles y militares, se esparcieron sobre un escarpado galb donde muchos se mimetizaban entre las rocas y desde allí los
hombres vitoreaban las hazañas y a cada estallido que dibujaba una cortina de
humo negro en el horizonte las mujeres daban emotivos etzegarit (grito festivo femenino que se emite moviendo la lengua
de lado a lado). Se combatió con
infantería, con armas de largo alcance, con tanques. Viendo el espectáculo
creía escuchar a los Saharauis gritar ¡estamos listos, más que antes, más que
nunca, estamos listos para la guerra! Muchos consideran ya caduco el camino
diplomático, como el veterano aquél en los campamentos de refugiados que me dijo
que Marruecos no entregará nada voluntariamente, habrá que arrebatárselo dando
la batalla como antaño –dijo él- cuando mujeres y niños también salieron a
enfrentar dos ejércitos más fuertes y numerosos. Mirando fijamente a mi cámara, el anciano
dijo que los Saharauis son buenos por las buenas, y malos, muy malos por las
malas.
En
las noches, en un escenario en medio del desierto protegido del viento por un
enorme círculo de tráileres, sucede el evento cultural, música saharaui cantada
por mujeres con melfas tradicionales
(melfa: velo saharaui que cubre la cabeza y todo el cuerpo), poetas que recitan
temas humorísticos alguno, pero la mayoría aborda asuntos políticos asociados a
la causa. Aquí hasta los soldados son
poetas, con su uniforme bien puesto se levantan orgullosos a recitar; uno
sobretodo, muy joven y con semblante severo, ha tenido gran éxito entre el público,
me dicen que su poesía recitada en hassanía increpaba a los políticos, exigía
abandonar el camino diplomático, el de la espera pacífica, para, una vez más,
tomar las armas y recuperar lo que les pertenece.
Al
día siguiente emprendimos el camino de regreso, una vez más a recorrer los casi
mil kilómetros ahora hacia el norte, alejándonos de este lugar, uno de los territorios más escasamente poblados del mundo y posiblemente el
de menor densidad de población, este donde el bien más preciado, el verdadero
oro del desierto, son las noticias. Los
saharauis aquí, en la diáspora, en los campamentos, en todos lados son
reconocidos por su hospitalidad, y lo que parece estar justo en su origen, es el
valor de la noticia. En la vida nómada,
la cuna de lo saharauis, el visitante es la conexión con el mundo, es el
vehículo de información, el vínculo entre un frig y otro. Por medio del visitante se sabe de los
nacimientos, los decesos, la ubicación de los buenos pastos, la lluvia, la paz
y la guerra.
Así, entre nube y
nube –porque el móvil de la vida nómada es ese, perseguir la lluvia para
alimentar el ganado que da comida, bebida, techo y vestido–, cada tanto llega
un visitante. Mil preguntas, mil respuestas, colonia para el invitado, leche
fermentada, té, incienso, todo para halagarlo y agradecerle las noticias que
sin duda trae. Como la historia de aquel hombre que me contó
sobre su padre, que una vez, hacía ya mucho, había cambiado un valioso camello
de su rebaño, que hoy por hoy puede costar unos 1000 euros, por una radio, una
radio que como una buena visita le contara del mundo, de sus gentes.
Aun
hoy, allá arriba en las haimas de los
campamentos de refugiados se enciende el incienso, se pone la tetera sobre la pequeña
estufa de carbón, se ofrece jugo y leche de caja, galletas, dátiles, lo que
haya a mano será suficiente para decirle al invitado que siempre será bien
recibido, que su noticia era esperada, necesaria; como esta que traigo yo, la
noticia sobre Mohamed y aquella, su gente, que desde hace cuarenta años esperan
en el infierno el momento de volver a casa.
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