Nunca ha habido
cosa que me llene tanto de rabia y de risa a la vez, como ver a mi dizque papá -que yo siempre creí que era
mi tío, pero que más bien era un primo lejano del que sí fue mi papá, nada mío
en últimas- entrando en la tienda del viejo Cantor así, agrandado, que parece
que los hombros se le pegaran a las orejas; gritando y caminando duro,
preguntando por su muchacho que otra vez se le perdió, que la mamá no hace más
que llorar y el culimbo del Quique preguntar por su hermano mayor, por “el que
tendrá que hacerse cargo de este rancho algún día, porque yo no soy eterno”,
dice siempre mi dizque papá. Pero para qué me busca, para qué se busca al
que uno mismo ha echado.
Y lo oigo
gritar como por quinta vez su –¿Dónde putas lo tiene? y alcanzo a imaginarme a
los muchachos con su risita pastosa de cerveza y al viejo Cantor a punto de
darle un botellazo para que ya se calme. Y yo acá detrás de las escaleras sin
ningún miedo, que yo no le temo a nada ni a nadie, y si no me agacho un poquito
para alcanzar a ver por los barrotes del pasamanos de la escalera no es por
miedo, es porque si lo veo, a lo mejor se me alcanza a despertar el monstruo y
termino a los golpes con mi dizque papá.
Ya se fue,
parece que los muchachos también porque todos sabemos que cuando el viejo
Cantor da cinco minutos para que nos vayamos, si va en tres, es mejor correr y
volver al otro día, o más nochecita cuando ya los brandys lo hayan
ablandado. Yo por mi parte me voy
parando derechito, porque se que ahorita viene para acá y si no me le porto
como un varón no hay ni una hora más de caleta para mí.
– Mire Miguel...
– Uy don Cantor, pero no me diga así que yo ya le expliqué
que ahora me llamo “Darko”
El viejo
Cantor echa una mirada de esas que saben a falta de brandy, y uno agacha la
cabeza, pero no por gallina, si no por respeto con los años del viejo.
– Mire, a mi la güevonada con el taita suyo ya me la
tiene afuera; un día más y si usted no lo arregla, me importa un culo si lo
regalan al ejército, al zoológico o cualquier mierda.
Y yo
derechito, asintiéndole con la cabeza, pero sin miedos ni nada, que si no a uno
no lo respetan.
– Si señor, yo mañana hablo lo que toque que hablar, o
me llevo mis corotos.
– Déjese de maricadas Miguel.
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