–¿Te imaginas la calor que
hace allá adentro?
El niño sostiene la paleta violeta cerca de su boca, de vez en
cuando extiende la lengua hasta tocar con la punta el pedazo de hielo
saborizado, mientras tanto mira como hipnotizado la enorme tela del globo
aerostático que empieza a hincharse con la entrada del aire caliente.
Mamá, distraída, enreda su dedo índice en los rulos dorados de la
niña dormida en sus piernas.
–Se dice “el” calor.
–Por eso, la calor que debe
hacer allá adentro.
La niña de los rulos se mueve
inquieta sobre la falda de mamá, abre los ojos, la mira fijo y se pone en pie;
sobre sus piernas rechonchas se aleja al parecer siguiendo una pelota dorada
que ha ido a parar ahí cerca.
–No, “el calor”. ¿No ve
que el calor es machito?
El niño continúa mirando el globo, la tela de parches
rectangulares de colores brillantes hondea y empieza a tomar la esférica forma.
Papá, que con su mano acaricia la espalda de mamá bajo su camisa, se
yergue un poco y se sostiene acodado sobre el césped, de inmediato cae en el
juego hipnótico de la tela que se hincha.
–Pues claro, el calor viene
de “el “ sol.
El niño sin dejar de mirar el globo parece de repente perturbado,
su cabeza se inclina un poco hacia la izquierda y sus ojos se entrecierran en
un gesto que bien podría parecer concentrado o estúpido.
–¡Pero si ya es de noche! Esa calor no viene del sol sino de “la”
candela.
Mamá sale de su sopor y voltea a mirar a papá que aunque parece
que mirara el globo, en realidad espía de reojo a su hijo. Se tarda, lo
piensa.
–No se dice candela Camilo, se dice “el” fuego. El calor del
fuego.
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