Sólo pensaba en su mano, en tocarla, en
sentirla caliente acariciando su cuerpo. Ella hablaba sin parar sobre
cualquier cosa. No era ningún experto, pero había oído rumores, sabía
cómo asentir de forma convincente, cómo hacer sutiles ruidos con la garganta
que indicaran que estaba absolutamente concentrado en lo que ella decía,
aunque, por supuesto, importara tan poco de lo que hablara.
Pero algo debió presentir
ella, algo debió habérsele escapado a él, porque antes de que se diera plena
cuenta, ella lo sacó de la cajita de plástico, hizo un anillo con el
índice y el pulgar alrededor de su cuello y apretó a la vez dedos y dientes
hasta que, finalmente, estuvo segura de que había muerto. Después,
mientras se alejaba, lo tiró por encima de su hombro a la calle justo antes de
que pasara un taxi que no se detuvo ante el triste cadáver del hámster.
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