Febrero 2014. L' Aaiún, Campamento de refugiados Saharauis en el sur de Argelia
Galia asegura que existe un animal legendario llamado Sad, una serpiente producto de la cópula entre un águila y un zorro. Yo también estoy segura que existe el Sad. Aun cuando no entiendo su descripción en hasanía y nadie se dispone a traducirme con detalle, lo imagino un dragón portentoso, como ese que debe esconderse bajo la arena en la badía dejando al aire parte de su lomo escarpado que, mirándolo sin mucha atención, nos hace creer que es un galb, un corazón-montaña. El Sad, como Galia, debe tener un ojo enturbiado por grises nubes de otros tiempo, como una de esas esferas de cristal en que las brujas de las historias de mi infancia leían el porvenir. Yo trato de ver con atención el ojo de ella sospechando que lo que hay adentro no es lo venidero sino historias de ayer, de tiempos mejores, de las tierras que recorrió con sus camellos, de la lluvia y las plantas, del sol que tuesta, historias de antaño.
Galia,
está siempre en su jaima de interior azul. Vista desde la puerta frontal suele
estar del lado derecho, al fondo. Al otro lado está tendido Sidi, su callado
esposo. Yo, sentada o tendida con el costado sobre un cojín, descanso a su
lado, la escucho embelesada y miro sus manos hechas enmarañados nudos por la
artritis girar las cuentas del tsbeh, (rosario musulmán) mientras murmura los nombres de Allah.
La piel de sus brazos y su cara están teñidos de negro por los
colorantes de sus melfas siempre negras o al menos oscuras. El rededor de sus
ojos, que a veces me miran por encima de la cabeza aunque se que es a mí quien miran, en ocasiones está maquillado con el color de la henna. Galia siempre está allí. Sidi en cambio se levanta para rezar cinco veces. Ella siempre está en su lugar sentada,
conversando, viendo la tv o jugando al sick,
un juego de mesa o de suelo en este caso, que se juega sobre una duna de arena
en la que se dibuja un camino por el que avanzan los hijos (las fichas) de
cada uno de los equipos; se lanzan, como si fueran dados, unos palos con dos caras, cada una de un color, y se avanza matando por el camino a los hijos ajenos.
Las vidas de todas los miembros de la
familia parecieran satélites que giran alrededor de Galia y de Sidi, como si el
interior de su jaima fuera una bóveda celeste, la jaima azul celeste. Alrededor de los dos ancianos hay hijos,
nietos, sobrinos, primos cercanos, lejanos y lejanísimos, también hay tíos y
vecinos, que aquí son casi parte de la familia.
En su jaima, incluso yo me siento en casa; ¡que suerte la mía! suerte de
encontrar amorosas familias putativas por donde paso.
Acompaño a Fati, una de las jóvenes
hijas de la jaima-celeste a hacer sus labores, que van desde alimentar dos
veces al día a las cabras, cocinar dos veces a la semana y limpiar hasta ver pasar
el tiempo en la jaima. Conversamos sobre
su matrimonio, que será en Abril, sobre todas esas tradiciones que en su familia
son tan importantes que ella asume que son igualmente determinantes para todos
los saharauis. Hablamos del amor, de los
novios, no hay novios aquí, dice, aquí solo se casan. Se lo pensó un poco y se retractó, sí hay novios
pero esos solo los tienen las chicas que no son buenas y que no llegan
inmaculadas a su matrimonio, donde el novio verificará si tiene “aquello”, dijo
Fati, sin llegar a hablar fluidamente alrededor del sexo y sin encontrar la
palabra apropiada para “eso” que dicho de esta manera parece ser un objeto, una
cosa grande y redonda que el esposo sacará con cuidado del cuerpo de ella,
verificará su legitimidad con ojo de experto y luego de aprobar con un gesto, pondrá
a un lado. –Hay que vivir un poco, dijo,
refiriéndose a lo que vendría para ella cuando se casará. Con la sobrina de Fati, que está por tener su primer hijo, volvimos al tema y las dos estaban indudablemente de acuerdo en que
casándose se alcanzaba un enorme grado de libertad, se quitan de encima la
vigilancia de los padres y sobretodo, de los hermanos, –aunque lo hacen para
cuidarnos, cuidarnos de los hombres que son malos, dijo Fati.
En mi casa putativa, mi jaima putativa,
he conversado con el joven que acaba de llegar de estudiar medicina en Cuba, he
tenido conversaciones ininteligibles con Galia, he espiado a hurtadillas a
Sidi, he tomado infinidad de veces el té, y he hecho el intento de prepararlo
pero mis profesoras de té suelen impacientarse después de que al intentar hacer
espuma derramando de un vaso a otro el contenido de té desde muy arriba, mi
torpeza deja la bandeja-mesa inundada con un charco de té. En mi jaima putativa
duermo, como, y sueño con un enorme Sad cabalgado por una joven Galia de ojos
brillantes y manos firmes y ágiles como las patas de un insecto legendario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario