Febrero
de 2014. Agüenit, Sahara Occidental.
Territorios liberados por el Frente Polisario.
Lo que nos trajo hasta aquí es un encuentro con al diáspora
del sur, los exiliados en Mauritania, poetas y activistas. También han venido
saharauis que viven en los territorios ocupados, son la intifada, el levantamiento popular, la resistencia. Junto a mi amigo voy con calma de habitación en
habitación tomando el té con unos y otros, escuchando al poeta que revuelve un
manojo de papeles amarillos mientras habla del “don”, de que el poeta nace
siendo tal, que está en la sangre y la tierra la poesía. Otro, envuelto en su bella darráa (túnica tradicional saharui y
mauritana azul o blanca) dice que quien ha resistido estas ancestrales condiciones
extremas de la naturaleza, puede resistirlo todo, puede consagrarse
a su causa, una que empezó de la nada, con dispersos grupos que robaban armas a
los españoles poseídos por la sed de independencia.
Luego vamos a buscar a nuestros amigos soldados siempre al
amparo de una talja haciendo el té y
contando historias por turnos, porque como me dijo algún saharaui, los libros
son frágiles, se extravían, se rompen, habrá algunos que solo llegan a ser leídos
por su autor o un solo lector; la voz en cambio es imperecedera, lo que se
conversa es escuchado por todos, se eterniza pasando de boca en boca. Por eso
aquí, los viejos, e incluso los no tan viejos, son bibliotecas vivas y la
conversación entorno al té es mágica y esencial.
En el evento ha habido carreras de atletismo corridas a pie
descalzos o en sandalias, fútbol en medio del desierto, voleibol y una
exposición de pinturas y de fotos de algunos mártires de la zona, así:
mártires, aquí no se habla de victimas, porque los que han muerto en la guerra
por la independencia lo hicieron dando testimonio de su causa.
Ha habido también una maniobra militar. En una infinita llanura se ha dispuesto un
ficticio enclave marroquí, y los militares saharauis lo atacaron varias
veces. La gente, civiles y militares, se
esparcieron sobre un escarpado galb
donde muchos se mimetizaban y desde allí los hombres vitoreaban las hazañas y a
cada estallido las mujeres daban emotivos etzegarit
(grito festivo femenino que se emite moviendo la lengua de lado a lado). Se combatió con infantería, con armas de
largo alcance, con tanques. Viendo el
espectáculo creía escuchar a los Saharauis gritar ¡estamos listos, más que antes,
más que nunca, estamos listos para la guerra! Muchos consideran ya caduco el
camino diplomático, como el veterano aquél en los campamentos me
dijo que Marruecos no entregará nada voluntariamente, habrá que arrebatárselo dando
la batalla como antaño –dijo él- cuando mujeres y niños también salieron a
enfrentar dos ejércitos más fuertes y numerosos, pero aun así ellos, los
saharauis, consiguieron la rendición de uno de los adversarios (Mauritania). Mirando fijamente a mi cámara, el anciano dijo
que los Saharauis son buenos por las buenas, y malos, muy malos, por las malas.
En medio del ambiente festivo, los soldados de nuestra
escolta se inquietaron, había mucha gente desconocida, así que ellos permanecían muy cerca de mi,
temían por la cercanía con Mauritania donde hay bandas de secuestradores de
extranjeros, que aunque se disfrazan de causas musulmanas, no son más que extorsionadores. Yo no tengo miedo, nunca pensé sentirme
segura y feliz junto a militares. Es que
estos no son hombres de armas, ni siquiera las exhiben, son guerreros, revolucionarios,
dicen ellos mismos.
En las noches, en un escenario en medio del desierto protegido
del viento por un enorme círculo de tráileres, sucede el evento cultural,
música saharaui cantada por mujeres con melfas
tradicionales, poetas que recitan, temas humorísticos alguno, pero la mayoría aborda
asuntos políticos asociados a la causa.
Aquí hasta los soldados son poetas, con su uniforme puesto se levantan orgullosos
a recitar; uno sobretodo, muy joven y con semblante severo, ha tenido gran
éxito entre el publico, me dicen que su poesía increpaba a los políticos, exigía
abandonar el camino diplomático, el de la espera pacífica, para una vez más,
tomar las armas y recuperar lo que les pertenece.
Este viaje a los territorios liberados ha sido poderoso y
esclarecedor, pero terriblemente acelerado, los periodistas siempre tienen
prisa y había una agenda que cumplir por temas diplomáticos y de
seguridad. En este viaje aún no pude
acercarme a la vida beduina, a la de los nómadas que persiguen las nubes con
sus rebaños de enormes camellos, pero al menos pude verlo, ver el desierto,
respirarlo. No conocí a los beduinos
pero si conocí a los militares del Frente Polisario. Los chicos de nuestra escolta y los conductores
eran hombres recios, con sus pieles duras como rocas y sus manos fuertes y enormes, pero tan dulces, tan cálidos, que acorralaron mis
prejuicios.
Tomamos
el infinito té con los chicos, soldados y conductores, además del “Doc”, el
médico gastroenterólogo formado en Polonia e Italia que trabaja y trabaja en los
campamentos y en los territorios liberados. Escuché sus historias aun sin entenderlas, por
el solo placer de compartir el tiempo con ellos, de estar en su “casa grande”,
en el desierto con sus anfitriones.
![]() |
En la cima del galb con Daf y Sgayer. Del otro lado de la cámara Aidid. |
Estoy en el territorio liberado rodeada por un espacio
imponente y bellísimo, y mis amigos, los militares del Frente Polisario, bromeando
me llaman cariñosamente Karina Lemyenina (antes
me llamaban Karina Cafur, como una actriz hindú famosa) Karina Lemyenina: la muy loca, la
loquísima. En un escapada hemos escalado
un galb, del galaba de Agüenit, es una montaña de piedra negra pulida y
brillante. Desde aquí pareciera que se
ve el mundo entero, que no puede haber nada más que esto que veo. Estar aquí produce unas irresistibles ganas
de gritar, gritar y gritar, o en mi caso cantar a gritos: “cuando calienta el
sol aquí en la playa”. Daf, uno de los
soldados de aparente mirada dura, pero dulcísimo como pocos, se ha contagiado
de la locura, y canta a gritos la misma frase que yo aunque no entiende lo que
digo. Así, gritando la única frase que
recuerdo, los dos andamos por la cima del galb
entre carcajadas y palabras incomprensibles que van y vienen entre ambos. –¿Qué playa? Pregunta Aidid, aunque él ha
cantado durante todo el viaje eso de “alza la vela, coge el timón”. Ha de ser esa idea de que el desierto es un
enorme océano sin agua. Aunque parezca
una frase hecha, un lugar común, todo aquí parece la promesa o la huella del
añorada agua: los espejismos que mienten lagunas, los fósiles marinos, los
conductores marineros.
Más fotos en mi web: http://www.anakarinadelgado.com/#!inshaallah-la-vida-entre-parntesis-/c2ra
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