domingo, 1 de octubre de 2017

CUANDO UNO NO SE VA A MORIR, NO SE MUERE NI PORQUE LO MATEN


Tumaco, 2003.
Los tipos llegaron como llegan los bandidos de las películas: en medio de la noche, en un paraje rural, justo cuando la energía se ha caído y la familia desprevenida conversa en medio de la oscuridad o a la luz de las velas. Pistola en mano fueron entrando. Buscaban a Don Da, como Conchita llamaba a su esposo Daniel. Él dormía en el segundo piso. Abajo, los chicos conversaban y Conchita revolvía papeles en el comedor.

–Don Da se fue a una reunión, allá atrás, donde un señor Videncio –mintió Conchita.

Mientras ellos salían espoleando a una de las hijas en la dirección del tal Videncio, Conchita subió corriendo las escaleras. Le cubrió la boca y le susurró bajito.

–Levántese ya, que vienen es a matarlo.



Don Da, incrédulo, se incorporó y asomó solo un poco su cara por el filo de la ventana. Allá abajo vio a un tipo, tras tras, se oyó cómo cargaba su pistola.
Don Da siguió sentado en la cama incluso cuando Conchita venía subiendo; una vez más, sólo que ahora la precedía uno de los pistoleros que agitaba la linterna echando luz sobre todos los rincones. Don Da dibujó una cruz entre su cabeza, su pecho y sus hombros. En nombre del padre del hijo y del espíritu Santo, Dios mío Dios mío, que sea lo que tú quieras.




Alguien debió estar atento a la plegaria que andaba pensando él mientras sonaban el ta ta ta de las botas subiendo las escaleras. Alguien, en algún lugar oyó sus pensamientos, porque de repente una sombra enorme lo señaló con un dedo renegrido y él, siguiendo una orden que no entendía, se levantó y se quedó de pie centímetros atrás del umbral de la puerta. El de la pistola y la linterna subió los escalones que faltaban y se detuvo también junto a la puerta. La nariz de Don Da casi rozaba la espalda del tipo, pero este no sentía su respiración, como si Don Da no exhalara el aire caliente que notaba salir de su propia boca. El chorro de luz se derramaba sobre la cama, la pared de enfrente, la mesita de noche, la pared tras el tipo, el suelo, el espacio bajo la cama, no había nada, no había nadie. Don Da se había vuelto invisible por unos minutos. Los tipos siguieron buscando en las demás habitaciones, tiraron muebles al piso y descubrieron el rostro de todos los que dormían en la casa sin encontrar al buscado. Gritaron improperios, preguntaron por los billetes, por la mercancía, ¿dónde está la merca?, ¿dónde está la merca?. Tomaron la moto de Don Da y los tres kilos de pasta base de cocaína que él había fabricado esa mañana y se largaron con las pistolas en el cinto.


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