domingo, 1 de octubre de 2017

LEJOS DE CASA


Landa, Lan-da, la palabra se descuelga por la garganta mientras baja la mandíbula y hay quien al oírla podría pensar en África, en Malawi, Tanzania. Lwanda, Luanda, Landa. Aunque hay un Landa Hill en la sabana del África occidental, en un parque nacional en el noreste de Nigeria, el apellido Landa parece venir de otro continente. Hay quien menciona Italia, pero la mayoría habla de Euskal Herria, o el País Vasco, como le llaman en español: Landa, nombre de una localidad en Ubarrundia, páramo arenoso, tierra de plantas silvestre, llanura inculta.

Landa es también un negro alto de pelo largo y trenzado nacido en la vereda Aguacate, en la manigua de Tumaco adentro, entre el Río Mejicano y el Mira. Se llama Wilfrido, Wilfrido Landa. En periódicos se le vio vestido de blanco y con un gorro rastafari ocultando la mitad de sus trenzas, un collar largo de cuentas de colores y algunas canas pintado de gris las patillas que alcanzaban a verse al borde del tejido negro, rojo, amarillo y verde. A Landa se le vio posando rígido junto a otros que, provenientes de diferentes regiones de Colombia, comparten historias de dolor y guerra. Se le vio estrechar las manos de funcionarios y guerrilleros.


A Landa, se le ha visto sonriente bajar de aviones en diferentes aeropuertos de Estados Unidos, concentrado y ansioso en La Habana, aterrado y sin aliento en Cali y Bogotá.
Los viajes de Landa empiezan en el agua, en canoas talladas en troncos de chachajo, de chaquiro o purga; y en la tierra, viajes a pie por los caminos apenas dibujados en los rastrojos de Aguacate, una de las 15 veredas que hoy conforman un territorio de propiedad colectiva de las negritudes: el Consejo Comunitario Rescate–Las Varas.



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