Arriba, en el extremo noroccidental de Suramérica, en esa extensión de
tierra que se derrama sobre el Mar Caribe y que constituye el territorio
ancestral de los indígenas wayuu, se escucha el romper de las gotas gordas de
agua estrellándose contra el techo de la enramada. Llueve en la baja Guajira y
tres niños, aún bajo techo, miran la tierra mojada. Atardece rojo encendido y
los niños, ahora eufóricos por el agua que no suele venir en abundancia en
Mayo, ni casi nunca en los últimos años, saltan y gritan sobre la cama-baja de
un camión estacionado. Los otros dos ayudan al tercero que se desplaza con
dificultad, arrastrando la mitad izquierda de su cuerpo que siempre parece resistir
los intentos por moverla. Cuando por fin consigue subir, los otros bajan
rápidamente. Segundos después, solo y angustiado, el tercero estudia cómo bajar
de nuevo al suelo para seguir a los demás, pero luego se distrae, deja caer la
cabeza hacia atrás sintiendo llover en su boca abierta, grita y se golpea el
pecho con los puños cerrados como un pequeño orangután.
En la península, lo dicen sus habitantes, conviven un mundo físico, el
de lo visible (anasü) y otro (pülasü) donde habitan los yulujas, las sombras de
los espíritus separados de los cuerpos muertos. Entre ambos mundos existe un
puente tendido por Lapü, el espíritu y fuente de todos los sueños; a través
suyo los que viven en el mundo visible reciben premoniciones encriptadas. Los
mensajes versan sobre las anheladas lluvias, la mortal sequía que se avecina,
el lugar apropiado para levantar la enramada, la guerra a la que la familia se
enfrentará en disputa con otro clan, la vida próspera que tendrá el recién
nacido que se mece en el chinchorro, la tragedia, la muerte.
Según algunos, Lapü no es sólo el
sueño de los durmientes, es la fuerza que deposita el alma en los wayuu que
nacen y va arrancándola a los que mueren.
Por la violencia de Lapü, a veces
sufren los soñadores, pero sufren más los que no sueñan, sólo les espera la
enfermedad, porque quien no consigue soñar, puede decirse que está casi muerto.
Otros, en cambio, son especiales, son soñadores a voluntad, interpretes de
Lapü, son Outshi —hombres— u Outsu —mujeres—son chamanes, médicos tradicionales.
Dicen los wayuu, que lo que Lapü ordena, conviene obedecerlo, que siempre hay
que permitir que outshi u outsu oficie los actos que se hayan pedido para
evitar la desgracia.
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