De la laguna del
páramo emergió el hijo del Trueno y las estrellas. El que fue amamantado con la
sangre de las doncellas y, en nombre del pueblo Nasa, enfrentó las sucesivas
invasiones: la de los Pijao, los Guambianos y los españoles. Tras las batallas
y la delimitación del territorio de su pueblo, el hijo del Trueno desapareció
disolviéndose, una vez más, en las aguas de la laguna mientras su poderosa voz
resonaba: –yo no muero jamás, yo no muero jamás.

Al sueño lúcido y revelador del Thê´ Wala acudió por primera vez, hace
mucho tiempo, el Trueno, eso fue cuando él era sólo un niño y vivía aún en el
Cauca antes de que su mamá y hermanos, como tantos otros, tomaran rumbo al sur,
para descubrir la selva del Putumayo. Aquella vez, el Trueno venía disfrazado
de anciano, se acercó desde detrás del rancho, caminando pesadamente y llevando
su jigra* llenita de hojas de coca. Misael había sido
elegido. Allí empezó el camino que lo condujo a ir tras el poder y la sabiduría
del padre Trueno. Aprendió a conocer las plantas, a leerlas, a ver la armonía o
su ausencia en los cuerpos de las personas y en el otro cuerpo, ese que
conforman las sociedades de los hombres y las mujeres sobre la tierra. Aprendió
la manera correcta de ejecutar los rituales: los de refrescamiento,
ofrecimiento, limpieza, los que sirven para apaciguar el volcán y traer la
lluvia, los que guardan la historia y el poder de la cultura.
*Jigra: mochila
tradicional del pueblo Nasa construida con cabuya tejida
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