Septiembre 10 de 2015. Ayotzinapa, Guerrero.
En un
cuaderno abandonado al descuido en suelo, se leen las primeras líneas de la
Internacional. El salón está vacío, al
fondo, como si a penas fuera Mayo, se ven aún textos conmemorativos por el día
de la mujer: Rosa de Luxemburgo, Elena
Iparraguirre, Chiang Ching, Liu Ju Lan, memorables comunistas, se lee.
Antes
esta era una gran hacienda, hoy son aulas escolares.
Aquí,
es el lugar de las tortugas, aquí es Ayotzinapa.
Entramos siendo niños y salimos siendo
hombres, dice La Cotorra sosteniendo su guitarra, esa que ya no toca y que
se ha vuelto una suerte de reliquia con un rosa en su interior, palabras escritas,
collares y adornos colgando entre las cuerdas, recuerdos de gente de diferentes
países que ha ido conociendo.
La
Escuela Normal apareció en los mapas de la prensa mexicana y la internacional,
e incluso en los mapas personales de muchos, por cuenta de lo sucedido hace
poco menos de un año a sus estudiantes, cuando en Iguala, trataban de hacerse
de autobuses para llevar a otros tantos a Ciudad de México y así asistir a la marcha del
2 de Octubre, épica conmemoración de otra matanza estudiantil, la de Tlatelolco.
Lo
que pasó esa noche y los días siguientes está aún cargado de un misterio oscuro
y malsano. Existe la “verdad histórica”
de la Procuraduría; existe, desde hace poco, la verdad llena de dudas de el Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independiente del CIDH, que abre vías de
investigación que la procuraduría obvio o cerró de un portazo. Están las verdades
turbias de la tv y la prensa: que otro cuerpo ha sido identificado, que no
faltan 43, que faltan 41, que el basurero, que el rio. También están otras verdades, las de los
padres que desde el día siguiente de aquella noche están aposentados en la
escuela y que viajan buscando apoyo, contando su historia, exigiendo saber el paradero
de sus hijos y justicia para los caidos. O aquella del chico que
vio volverse rojos sus tenis blancos con la sangre de un compañero; o la de
aquel otro que se enfrentó al cerco, que huyó por los cerros, que se escondió
en la casa de una mujer que les abrió la puerta y luego huyó más entre calles y,
que finalmente, logró salir con vida.
Está la verdad del chico con asma que sufrió una crisis en medio de la
tragedia. La verdad del líder
estudiantil que justo ese día estaba en misión fuera de la escuela, y que al
llegar encontró cuerpos tendidos y varios ausentes. Está la verdad que ha de tener el cartel de
Guerreros Unidos, traficantes de heroína a Chicago, según dicen, en buses como
los que tomaron esa noche los estudiantes.
Está la verdad de los policías municipales y federales, su verdad con
tortura, y su verdad sin tortura.
Mientras
todas las verdades siguen luchando por encontrarse y no hacerlo, la escuela
sigue ahí, entre Chilpancingo y Chilapa, en Ayotzinapa, comunidad de Tixla,
está la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos. Aquí se forman futuros maestros de primaria,
sus alumnos los esperan en las sierras, en los pueblos inaccesibles de la costa
y el interior.
Los
estudiantes, uno tras otro hablan de Lázaro Cárdenas, de Vasconcelos, de la
fundación de 46 escuelas normales rurales por allá por el 26, aún con los
fuegos de la revolución ardiendo. De aquellas 46, hoy quedan 17, masculinas,
femeninas y mixtas. De los 5 módulos
que conforman estas escuelas solo uno parece implicar más molestias desde
tiempos muy cercanos a su fundación.
Académico, deportivo, cultural, de producción y, finalmente,
político. Se aprende matemáticas,
geografía, historia; se juega vóley, se corre; hay banda y danzas; se siembran
flores de muerto y se cuida el ganado y los cerdos; y además, tan espontáneamente,
tan de transmisión de saberes sin maestros y discípulos como se trabaja la
tierra, se forman círculos de estudio de pensamiento político, política de
izquierda.
En los círculos de estudio, es donde
despertamos la conciencia para sensibilizarnos ante los movimientos
sociales. Nos enfocamos a lo que son
represiones hacia el pueblo. Yo cuando llegué, dije, por qué nos enseñan esto,
yo pensaba que teníamos un gobierno bueno.
Pero cuando vivimos el 26 de Septiembre en Iguala pues no, me di cuenta
que no, que es un gobierno corrupto, un gobierno con el que no nos identificamos,
que solo le interesa el dinero para ellos y para las empresas capitalistas,
–dice uno cuyo mote le recuerda que en la semana inicial en la escuela, se
lastimo la rodilla corriendo las tres horas que corresponden.
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Cultivo de Terciopelo y Cempaxuchi, flores de muerto |
Él primero
rondaba junto a los otros el altar levantado en la cancha techada, ahí están
los 43 pupitres, fotos, nombres bordados en telas, juguetes, cartas a dios,
cartas de dios. Al frente, un Jesús crucificado,
y ahí cerquita, la omnipresente virgen de Guadalupe, ángeles y velas. Él estuvo sentado junto a los otros como
celando el altar, luego anduvo por los pasillos de los dormitorios donde vive
desde hace un año. Brafor, le diremos Brafor
–como está bordado en la parte superior de su sombrero– este año no sembró
maíz. En su tierra se da el frijol, la
jamaica, la calabaza. Él, un legionario
de la virgen María ya no puede ni ir a la iglesia. Sosteniendo su mochila entre los brazos dice
rabioso: nos ha estado haciendo muy feo este gobierno, o sea qué quería hacer,
pues como ha estado pasando aquí en México, tanta gente que desaparecen y matan
y ellos pues quedan así, pues ya.. y pues lo de nosotros es que no son 2 o 3... pero así han ido haciendo, 2 o
3 han ido matando y así se queda la cosa.
Ellos hacen lo que hacen y nadie les dice nada, y nosotros no vamos a permitir
eso, y seguimos insistiendo al gobierno, porque fueron ellos, fueron policías.
Brafor
recuerda los Estados Unidos, los amigos, el tráiler donde dormía, las
confusiones en las que terminó por no saber el idioma. Ahora, él aquí, su esposa en casa con la hija que va a la prepa; los otros dos, como lo hizo él, en Estados
Unidos. El otro, es uno de los 43, solo
llevaba unos tres meses en la Escuela, ahora su papá ha dormido más noches y ha
visto más días en Ayotzinapa que él mismo.
Atardece
en Ayotzinapa, suena las trompetas desafinadas de los que entrenan para la banda, un rock
argentino de hace una década sale de alguna ventana, Calle 13 y una cumbia de
otro dormitorio. Ya se duerme en la
escuela, duermen estudiantes pelones de primer año, duermen los de años
superiores, duerme –en algún momento lo hará– el secretario del comité
estudiantil que despacha desde un aula vacía, el local dice él, porque oficina
suena a burócrata. Ya duermen los padres
de los desaparecidos, de los muertos.
Duermen las tortugas en la escuela.
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Dormitorios |
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