Septiembre 2 de 2015. Ciudad de México, México.
En
pleno centro de Ciudad de México, allí junto al fastuoso Palacio de Bellas Artes, a unas cuantas calles de la explanada del
Zócalo, más de quinientos campesinos y campesinas exhiben sus torsos dorados,
ellas con pantalón, ellos con calzoncillo y la foto de un tal Yunes justo al
frente. Todos con sombrero, botas de
esas que llamamos texanas, por allí; tenis y sandalias, por allá; todos los
pies se mueven frenéticamente durante dos horas al ritmo de la música fiestera,
que tocada en vivo, sale escupida de unos enormes parlantes hacía la fachada
del edificio del Banco de México.
La
gente que pasa y se detiene a mirar, a tomar una foto y, algunos a reír entre
dientes, lo dice, estos son “los encuerados”. Según unos, cada tanto estos campesino
andan desnudándose por Ciudad de México y Veracruz, según ellos -los integrantes
de Los 400 pueblos- se hace cuando es necesario.
A
Ciudad de México llegaron vestidos, a bordo de camiones vienen desde tierras
que, dicen, huelen a limón y mandarina. Más
abajo del edificio del Banco de México, siguiendo en trolebús por Eje central,
después de la Plaza Garibaldi, después de la Plaza de las tres culturas, se
llega al cruce con Manuel Gonzales, allí entre tendidos de plástico, carpas, y
ollas que ya humean con los olores de la cena, duermen desde el 26 de Agosto los campesinos del
Movimiento de los 400 pueblos.
Somos millones de campesinos, pero en la
cadena de la sociedad de mi país somos los últimos. No tenemos un sueldo fijo, no tenemos
prestaciones, no tenemos seguro de vida, no tenemos seguro social, no tenemos
aguinaldo, solo tenemos las dos manos, entonces no, no es fácil ser campesino.
El campesino no tiene nada, nada mas que sus brazos –dice Alfonsina Sandoval,
una de las encueradas, y miembro de la Asamblea de Mujeres del Movimiento.
El asunto
concreto aquí, en medio de la música con reminiscencias de cumbia y los torsos
redondos o angulosos, está referido a Yunes, el dueño de la cara en los calzoncillos
de los campesino, el diputado federal más rico –dicen ellos– el protagonista
del desfalco al sistema de salud de los trabajadores del estado, el represor
del movimiento campesino en Veracruz, además de despojador y violador de amparos
legales a los presos durante la represión, así rezan las voces campesinas.
Yunes es un represor, un mentiroso, un saqueador,
una persona que ha hecho su dinero a base de chingar al pueblo y darse el lujo
de gozar de la impunidad– dice apasionadamente Alfonsina en el trolebús nte las miradas incómodas, mestizas, citadinas.
El
movimiento de los 400 pueblos empezó por allá por los setenta con el propósito de reclamar tierras
para ejidos en Veracruz y otros Estados, después, al principio de los 90, los
gobiernos locales los despojaron de parte de esas tierras conseguidas. Luego vino la represión, la persecución y los
encarcelamientos: –acusados de abigeato,
y sí, nos comimos muchas vacas; de invasión de tierra, sí tomamos muchas tierras;
de robo de frutas, pos dicen que me robe un camión de naranja; y me querían
echar hasta homicidio, pero los muertos eran nuestros, cómo nos iban a acusar –dice
Cesar del Ángel, asesor político del movimiento, algo así como el líder, un
líder muy controversial que pagó junto a otros tantos del movimiento, varios años
de cárcel.
Tras
las represiones empezaron las huelgas para llamar la atención del gobierno
nacional; en una de ellas, en el 2002, después de 20 días de huelga de hambre
–un agua de manzanilla con miel, y nada mas, recuerda Nereo, uno de los
huelguista de aquella vez– tras ver que
nada pasaba, se les ocurrió desnudarse frente a las cámaras de diputados y
senadores para intentar conseguir que alguien los viera.
Y funcionó, eso dice Alfonsina, –en
una madrugada Fox llamó y hizo un convenio por dos hectáreas, y levantamos la
huelga.
Desde
entonces se encueran para llamar la atención, para que los escuchen.
Nos desnudamos, y bailamos, porque la gente
de Veracruz es alegre, tampoco vamos a estarnos manifestando así como si
estuviéramos agonizando, no –en voz de Alfonsina.
Ellas
bailan con un gesto rígido, para que no pienses que es frívolo lo que hacen. Ellos a ratos ríen, cantan, conversan y unos
cuantos hasta se dejan seducir por el juego de una viandante que en un arrebato
aprovecha el alboroto para desnudarse también, frotarse contra ellos y contra
los autos. Dos horas al medio día y dos
al caer la tarde, bailando ininterrumpidamente.
Se apaga la música, las mujeres se retiran de los espacios que separan
los carriles y los hombres empiezan a sacar la ropa de sus morrales. Entre la multitud de la calle, ya vestidos,
desaparecen los encuerados, son otros más entre los muchos.
A nosotros no es que nos funcione esto, es que no nos queda
de otra, si nos vestimos somos muy pocos.
Por eso somos necios –con un orgullo rabioso dice Alfonsina– no
somos simples campesino, somos lo encuerados.
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