jueves, 3 de septiembre de 2015

FORTUNATO Y EL DON

Agosto 31 de 2015.  Ciudad de México, México.



En el corazón de la ciudad de México, la Plaza de la Constitución; en las bocas de locales y visitantes, el Zócalo; en los códices y las historias mexicas, el centro político y religiosos de México-Tenochtitlan, poderosa ciudad con la que se encontró Cortés y sus huestes conquistadoras.

Aquí, donde la historia hispanoamericana se edificó sobre las ruinas de la historia precedente casi como un perverso calco, al lado norte se levanta engreída la Catedral Metropolitana de la ciudad, enorme edificio, lujo de piedra, fauces excesivamente doradas que se yergue sobre lo que un día, en un pasado que suena a leyenda, fue templo mexica.

Al costado poniente de la catedral –como bellamente dicen los mexicanos–  detrás de una línea amarilla dibujada en el suelo, varios hombres esperan.  Al frente de cada uno un letrero: caños, plomería, electricista, carpintero. Sobre el bulto donde lleva nopales cocidos con chile y sobresale un serrucho, está un letrero donde se lee “albañil”, justo detrás del letrero, está Fortunato Ramírez Jiménez.





¿Cuáles son tus sueños? –pregunta Fortunato con una sonrisa de ojos achinados– porque los míos ya pasaron. Guapo no soy guapo, de billetes no soy.  De conseguir dinero, todavía puedo hacerme ilusiones, pero ya todo pasó para mí. 
   

Fortunato, 77 años tras la gorra ladeada, es albañil desde 1955 en ciudad de México.  Sin saber leer ni escribir, aprendió solo a interpretar planos y levantar paredes, y fue a sentarse al costado de la catedral, que tradicionalmente ha sido un espacio para los trabajadores eventuales.

Fortunato viene todos los días, primero en camión y luego en metro desde San Cristóbal Ecatepec para ver las horas correr junto a la Catedral.    Su esposa, menor que él casi 40 años, espera en casa con lo niños.  –Yo la vi y le dije: ta bien, me gustas, pero no tengo tiempo como para andarte buscando y andar de novios, no tengo tiempo.  Si quieres verme, estoy en mi casa, donde vivo, de donde salgo a trabajar.  Si me quieres, te voy a dar dos meses pa que lo pienses”  Pasados los dos meses, Esperanza, de unos 16 años en ese entonces,  le pidió que fuera por ella y sus cosas. 

–Imagina que  justo ahora, aquí, aparece el genio de una lámpara, ¿qué le pedirías?  
 Nada, no le creo.


Hace más de cincuenta años, un Fortunato de 18 años fue a la cabecera de su pueblo, Xocoyolzintla, allá en el estado de Guerrero, porque era hora ya de prestar el servicio militar.    Allí, por una equivocación, dice Fortunato, casi lo matan a cuchillo.   Herido echó a andar cruzando un arrollo que iba pintando con su sangre, se desmayó en la orilla y cuando se despertó, vio el rostro de dios.   – Un hombre barbón, de cabello blanco. Lo vi en el aire, como volando, has de cuenta como un papalote;  me miró y me dijo: no tengas miedo que estoy contigo, no vas a morir.

Tres años pasó sin médico, pensando que iba a mejorar solo, pero andaba orinando por la herida.  Finalmente se fue a ciudad de México, donde le hicieron 20 operaciones en el hospital General.  Tres años pasó en el hospital, ya sabía poner inyecciones, sondas, tomar la presión; de día se volvió un enfermero ad honorem que caminaba tomado del brazo de las enfermeras, pero en la noche se quedaba solo y se sumía en la tristeza pensando que lo mejor era irse a una sierra para que se lo comieran los animales.  No mejoraba, no podía trabajar ni volver a su tierra donde seguramente lo matarían, era solo un muchacho con tres sondas colgando de su cuerpo.


–¿Eres feliz? 
Pos si, estoy vivo.


–Y un día lo vi en las sagradas escrituras, Marcos 16, 16.  “Y estas señales seguirán a los que crean en mi nombre, pondrán las manos sobre los enfermos y estos sanarán”.  Tonto tonto, sonso sonso, pero alcancé a entender lo que me decían esas palabras.   Pues aquí está la solución, no voy a buscar más médicos o charlatanes, o santos o vírgenes, la cosa es creer.  Y de ahí para acá me olvidé y me compuse.

Paralíticos que caminan,  leprosos que se curan, ciegos que ven, por todos ha orado Fortunato, porque dice la biblia que si sabes hacer lo bueno y no lo haces, es pecado, dice él con firmeza.  –Yo creo que todos tenemos dones, por ejemplo tu, con la fotografía,  tocar una guitarra, hablar en público, todos son dones, y vienen de dios.  El mío es este.

Ya curado, en su primer trabajo construyendo una casa, le llevaron 18 planos, él se encomendó a dios y de a poco, sin confesar que nos sabía, fue aprendiendo.  –Es que yo no sabía cuanto era medio, y entonces yo supe que el cero a la izquierda no vale, a la derecha si vale.  Para que tu tengas un entero deben de ser dos cincos,  cinco y cinco y ya van diez, entonces, ahí yo conocí que cinco es la mitad de uno.  Me entregaron los planos y me dijeron, si tienes alguna duda revisa el plano que ese te manda a otro plano y luego viene otro plano, y así, es como las estaciones del metro, una después de la otra, y fíjate como dios me ayudó, el fue mi maestro.  ¿Lo crees o no lo crees?

Fortunato, sigue tranquilo y risueño detrás de su anuncio de albañil, hace ya dos semanas que no sale trabajo, pero el ultimo duró 2 meses y fue bien pago, así que aún hay para que él, Esperanza y los tres hijos que van a la escuela, la prepa y la secundaria, vivan dos semanas más, porque –cuando hay, se aparta para cuando no hay.





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